Hay un refrán que nos aconseja: "Espera lo mejor, y prepárate para lo peor". Es un pensamiento que nos indica que siempre tenemos que vislumbrar el futuro con optimismo, pero al mismo tiempo estar siempre alerta para los tiempos de las vacas flacas.
Es la mejor manera de ver la vida. Pero hay algunos a quienes resulta casi imposible convencer de que el próximo día será mejor que el anterior, aduciendo que están de malas. Incluso si no les sucede nada malo, nadie los saca de su depresión.
Los fatalistas, aquellos que no esperan nada bueno de nada ni de nadie (y que por ende nunca aportan nada postivo), justifican su falta de acción a que nada que puedan hacer sirve para solucionar los problemas.
Lamentablemente, muchos panameños hemos optado por pensar de esta manera ante los problemas de nuestra sociedad. Nos quejamos por situaciones como la pobreza, la corrupción, la deficiencia en los servicios básicos, la delincuencia y el alto costo de la vida. Pero a la hora de hacer algo al respecto, no hacemos nada porque pensamos que "todo va a seguir igual".
El puntos es que para los pesimistas, los problemas no siguen iguales, sino que empeoran. Empeoran porque no se hace nada al respecto, porque prefieren dejarle a otros que luchen por sus propios derechos, mientras ellos se quedan sentados frente al televisor, y refunfuñando sobre que los tiempos de antes eran mejores.
Algunos de nosotros entramos en períodos de fatalismo porque nos cae una seguidilla de problemas, una racha de mala suerte que nos afecta emocionalmente y nos hace perder las esperanzas.
Cuando esto sucede, hay que pedir ayuda: a nuestros familiares, a nuestros amigos, a nuestros seres queridos, porque entar en la espiral del fatalismo implica estancarse en la depresión.