La Iglesia tiene como misión ser "sal y luz para el mundo", es decir ser testigo de la presencia de Cristo e instrumento de su Reino. Los laicos y las laicas, por su inmersión en el mundo, pueden cumplir de manera maravillosa esta misión de ser fermento del reino de Dios en el mundo.
VER NUESTRA REALIDAD:
La Iglesia está llamada por Dios a transformar el mundo. Esta misión es la continuación de la práctica de Jesucristo, que "no ha venido a condenar al mundo, sino a salvarlo" (Juan 12,47).
¿Podemos decir que, como Iglesia, somos servidores de nuestro pueblo en la comunidad en que vivimos?
ILUMINEMOS LA REALIDAD:
"Los fieles lacios viven en el mundo, esto es, implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social. Estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profesionales, culturales, etc. Allí son llamados por Dios. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. Los fieles laicos son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo, mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico." (Christifideles Laici, 15).
Pensemos cada uno en nuestra propia situación, en el trabajo que realizamos, en nuestra familia, en la profesión que ejercemos. ¿De qué manera estamos santificando y perfeccionando el mundo con nuestro trabajo de cada día?
La presencia de los cristianos en el mundo ha de ser como la levadura en la masa. bbbLeamos: Mateo 13,33.
ACTUEMOS:
¿Qué tenemos que cambiar en nuestra forma de ser para que nuestra presencia en el mundo del trabajo, en la familia o en la comunidad local, sea verdaderamente una presencia transformadora?
¿Qué hacer para que nuestra familia sea "la célula básica" de una nueva sociedad?
¿Cómo estoy promoviendo la dignidad de las personas, a través de mi trabajo de cada día? ¿Cómo estoy aportando al bien común de la sociedad a través de mi trabajo diario?