Este mundo está lleno de hipócritas. Si miras a tu izquierda verás a uno, igual si miras a tus espaldas. Lo cierto que es que están por todos lados como arrieras. Ellos viven con dos tipos de caras. Una que lleva una sonrisa de oreja a oreja y la otra en donde demuestran su verdadero yo.
La palabra hipócrita, en el idioma original, venía del mundo del teatro. Significaba "hablar cubierto con una máscara". Los actores que representaban los papeles, se ponían una máscara a fin de que el público supiera, viendo la máscara, qué carácter se estaban representando.
Los hipócritas pretenden que otros piensen que son buenos cristianos, cuando realmente, sus corazones están llenos de pecados: amargura, orgullo, mentira, rivalidad, adulterio, etc. Son semejantes a un dueño de funeraria que aparentaba tristeza a los deudos de un entierro de primera.
Aparentar lo que no se es produce un gasto inútil de energía y, como se basa en la falsedad, es contrario al desarrollo del carácter y a la propia dignidad personal, así como a la reverencia que debemos al prójimo. Los trabajos que el hipócrita se toma para esconder lo que es, son mucho más de lo necesario para llegar a ser lo que aparenta.
No hay pecadores tan malos y tan inexcusables como los que cometen pecados iguales o mayores que los que condenan en otros o enseñan a otros a evitarlos.
Si usted sólo aparenta tener fe sin acompañarla de obras, se parece a la higuera que se secó y murió porque no dio frutos. La fe genuina incluye el dar frutos para el reino de Dios. Cuando el hombre aparenta lo que no es, se ha engañado asimismo y ha mentido a los demás. Por el amor de Dios, no vista la ropa de la hipocresía. La vida futura es lo eterno, este mundo, sólo un instante. Al cielo no entran los hipócritas. No venda el reino de la eternidad por un segundo.