El luto embarga a todo un país. La triple colisión de antenoche que cobró la vida de 24 de hermanos panameños ha desgarrado emocionalmente a todos. La solidaridad e impotencia nos lleva a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la necesidad de tomar conciencia de que un vehículo es un arma en potencia.
La tragedia llegó por una acumulación de factores: exceso de velocidad, falta de luminarias y ausencia de señalización en una carretera en rehabilitación. Gente humilde que regresaba a casa tras una extenuante jornada de trabajo, se encontró con la muerte.
La culpa en esta ocasión no fue del conductor del transporte público que trasladaba a los pasajeros hacia Las Garzas de Pacora. ¿Pero de qué sirve ahora buscar culpables, si los choferes de los tres autos involucrados están muertos?
Existe una realidad, la crisis del transporte no es sólo de los "Diablos Rojo". Cada noche usted observa en las diversas vías a camioneros que avanzan por las calles a una excesiva velocidad; si un cristiano le sale al paso, queda como estampilla postal, porque no tendrían tiempo para frenar.
¿Qué pasó con los gobernadores de velocidad que le iban a colocar a los autobuses, así como a camiones volquetes y articulados? Sin duda fue una promesa incumplida de las autoridades y gremios transportistas. ¿Habrá que esperar otra tragedia para aplicar esa medida?
El problema es mayor y peor, porque el exceso de velocidad no es exclusivo de los transportistas, sino también de particulares que con algunas copas adentro o sin ellas, salen a la calle y le pisan hasta el fondo el acelerador de sus autos, como si estuvieran en una competencia contra el reloj.
Lo malo de todo este dolor que embarga a la colectividad es que en pocos días, mucha gente olvidará lo sucedido. Desaparecerá la vigilancia de las autoridades del Tránsito, la penumbra seguirá en las calles de Las Garzas y los amantes de la velocidad volverán a sus andanzas.