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Me dejé seducir del diablo

Por: Hermano Pablo | Reverendo

La cena estaba servida, una cena apetitosa, sabrosa y abundante. Consistía en sopa de frijol, arroz, pollo asado, papas fritas, ensalada, café y postre. Pero Arturo Bishop no iba a probar esa cena. Decía no poder comer. No tenía ganas de comer. No debía comer. Había decidido permanecer en ayunas ese día. ¿Por qué? Porque era el último día de su vida.

Arturo Bishop, condenado a muerte por el secuestro y asesinato brutal de cinco muchachos, sería ejecutado con inyección letal en la prisión de Draper, Utah, Estados Unidos. Su declaración fue esta: "Merezco morir."

El juicio se le había hecho, y una vez que lo hallaron culpable, él confesó sus crímenes. "Me dejé seducir por el diablo", fueron sus últimas palabras.

¡Cuántos hombres hay que cometen grandes crímenes, y después de ser descubiertos, arrestados y condenados, dicen: "Me tentó el diablo." Arturo Bishop, describiendo su propia actitud ante su crimen, empleó un término muy correcto. "Me sedujo Satanás", afirmó el reo condenado.

Así define el diccionario la palabra "seducir": "Hacer caer en error o pecado. Tentar, sobornar, corromper." Lo cierto es que el acto de seducir ha llegado a perfeccionarse al punto de llamarse: "El arte de la seducción". Se seduce a una mujer a cometer adulterio. Se seduce a un niño llevándolo a cometer actos inmorales aun cuando el niño es totalmente inocente. Se seduce a un hombre recto y bueno a que cometa un desfalco. Se seduce a una jovencita, a un muchacho, a una anciana, dejándolos en la mayor decepción.

La Biblia dice que el diablo ha seducido a las naciones del mundo. Por eso todas están plagadas de violencia, delincuencia, drogadicción, alcoholismo, juego, adulterio y licencia sexual con su moderna y fatal consecuencia, el SIDA. Satanás se ha apoderado de la mente y la voluntad del hombre, jugando con él como si fuera títere. Y el hombre y la mujer siguen el camino de la maldad y la destrucción creyendo que es el mejor. El lenguaje de la seducción y el lenguaje del amor son iguales. La presentación del seductor y la presentación del amante honesto y sincero es la misma. El dolor de la seducción viene después, con la decepción y el abandono. Sólo cuando alma, corazón y voluntad están dedicados al señorío de Cristo podemos vernos libres de todos esos engaños. Dios no oculta; Él revela. Dios no engaña; Él descubre. Dios no seduce; Él ama. Confiemos en Dios.



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