El señalamiento del embajador de Estados Unidos en torno a la existencia de una casta de intocables de la justicia panameña, es llover sobre mojado.
Para nadie es un secreto que por siempre los delincuentes de cuello blanco no son investigados en Panamá. Las cárceles están repletas de gente de la canalla que purga condena por diversos delitos, pero se cuentan con los dedos de la mano los poderosos que guardan prisión.
Lo dicho por William Eaton ya lo han expresado antes otros sectores de la sociedad panameña, pero la diferencia es que ahora el vocero es el representante de la mayor potencia del mundo. Esa percepción sólo cambiara cuando la justicia en verdad sea ciega y no mire de reojo, para verificar si el investigado es un pobre diablo o alguien con fuertes vínculos en las esferas del poder público y privado.
El sistema judicial es uno de los pilares de toda democracia, pero si ésta no actúa, la democracia andará coja y de tiempo en tiempo habrá nuevas denuncias contra ella. Si los fiscales, jueces y magistrados no funcionan correctamente, siempre habrá denuncias de corrupción.
Haga usted un rápido inventario de los grandes casos de peculado, lavado de dinero y narcotráfico que se han registrado en Panamá. Caen presos, las sardinitas, pero los peces gordos como políticos, banqueros y empresarios que lavan, almidonan y planchan el dinero ilícito nunca pisan una celda.
Quizás hay algunos funcionarios con la mejor intención de investigar hasta las últimas consecuencias, pero en el camino se encuentran con escollos hasta dentro de sus propias instituciones para avanzar en su trabajo y por ende los absorbe el sistema.
Más que comisiones que se nombran para hacer análisis y redactar miles de hojas de recomendaciones, el problema es de hombres y mujeres que se atrevan a investigar las cosas y que tiemblen como una gelatina al momento de llamar a un cocotudo al banquillo.