Quería estar al lado de su amado mientras los dos vivieran. Y quería libertad. A nadie le gusta vivir entre rejas, ni a hombres ni a animales. Y cuando la pasión amorosa inflama el corazón, cualquier demora es suplicio; cualquier tropiezo, tormento.
Pero Dobrunka estaba presa: presa dentro de su traje a rayas y presa detrás de las rejas del zoológico de Belgrado, en la antigua Yugoslavia.
Un día Dobrunka intentó escaparse. Era como si quisiera dar un salto que cruzara continentes para aterrizar en su querida África y unirse para siempre con su amado. Pero los guardias del zoológico hicieron abortar su escape.
¿Qué hizo Dobrunka entonces? Hizo algo que para ella era insólito. Se suicidó. ¿Y quién era Dobrunka? Era una cebra. Una cebra que no aguantaba más estar encerrada en su jaula. Se suicidó dando una gran voltereta hacia atrás, desnucándose contra el suelo.
Parece imposible, pero aunque los suicidios de animales son rarísimos, de todos modos ocurren. Quizá no ocurran en la forma dramática en que se suicidan los seres humanos, pero ellos también saben dejarse morir. Hay estadísticas que comprueban que los perros, los elefantes, los caballos y los monos son los más propensos a la melancolía y a su secuela, el suicidio.
Esta vez fue una cebra. Fracasó en su intento de fuga, y en su desesperación se desnucó y murió ante la vista de sus guardianes. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué se suicida la gente? ¿Por qué se quitan la vida personas que llegaron a este mundo con todas las promesas de vida y felicidad con que viene todo ser humano?
La respuesta tiene que ver con el sufrimiento. Se les hace imposible soportar el dolor. Puede que sea dolor físico o moral o emocional, pero es dolor como quiera.
Hay una razón más. Es la falta de fe. La persona que así sufre como que congela ese momento negro de desesperanza y no puede ver que detrás de las nubes el sol brilla como siempre, y que al día siguiente podrá venir la respuesta que espera.
En cambio, cuando una persona tiene fe en Dios el Padre celestial, difícilmente se deprime al extremo de querer ponerle fin a su vida. Sabe que el problema que la agobia tiene una solución. No nos rindamos a la desesperación sin antes probar la oferta de Cristo. Él dijo: "Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso" (Mateo 11:28). Llevemos nuestro dolor a Cristo. Él siempre tiene la solución.