Grant Kemmerer, un muchacho de Miami, Florida, tenía como mascota una cobra de anteojos, de 90 centímetros de largo, una de las víboras más venenosas que se conocen. Pero como la serpiente y el hombre nunca serán verdaderos amigos, la cobra mordió a Grant en la pantorrilla.
Comenzó entonces una terrible competencia por ver quién llegaba primero al corazón de Grant: si el veneno de la cobra o el antídoto enviado por avión desde un zoológico en la ciudad de Sanford, Florida. Por suerte para el joven, el antídoto ganó la carrera.
Nuestros errores, faltas y defectos se parecen al veneno de las cobras. Van subiendo lentamente, y su blanco es el corazón. El día que llegan a éste y lo llenan por completo, se puede decir que estamos completamente perdidos. Un corazón excesivamente corrompido tiene pocas esperanzas de regeneración.
Pero hay un antídoto al veneno del mal. Es completamente eficaz y neutraliza todos sus efectos. Limpia, restaura y salva al envenenado, aun cuando el veneno haya llegado al corazón.
Ese antídoto es el evangelio de Jesucristo, del cual el gran apóstol Pablo dijo que no se avergonzaba, "pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen" (Romanos 1:16).
Las preguntas lógicas que nos hacemos son: "¿Dónde está ese antídoto?", "¿Cuánto cuesta?", y "¿Cómo se puede conseguir?" Las respuestas son muy sencillas. El evangelio está en todas partes donde se predica de él con sinceridad. Es absolutamente gratis. Jesucristo mandó predicarlo al mundo entero, sin que se cobre un sólo centavo. Y se consigue de la manera más sencilla: creyendo en Cristo, aceptándolo como nuestro Salvador y pidiéndole que sea el Señor y dueño de nuestra vida.
El pecado es un veneno mortal; el evangelio es el antídoto perfecto. La fórmula más clara para ser salvo es creer en el Señor Jesucristo. Abrámosle nuestro corazón hoy mismo para que nos salve del veneno mortal que es el pecado.
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