Hoy el ex seminarista, Marcos Manjarrez, está siendo juzgado por el asesinato de quien en vida fue Monseñor Jorge Altafulla y como el resto de la población, yo también opino que el asesino debe pagar a la sociedad el agravio que le ha causado tanto a la comunidad religiosa, como a la laical y ciudadanía en general.
Este juicio, sin embargo, parece que no está encaminado a equilibrar el concepto vida-muerte, sino a elevar a lo místico un hecho punible que, perpetrado contra un sacerdote, pretende transfigurar a éste fuera de su esfera y condición de hombre, o sea, el de un ser humano. La fría realidad, no obstante, es que un hombre fue muerto por otro hombre, por las razones, o motivos, que a estas alturas en el juicio aún no se han determinado. Por lo tanto, ni el enfoque ni el énfasis debe ser puesto en quien fue la víctima, tanto del por qué fue muerto. En otras palabras, debemos ubicarnos en la perspectiva que el asesinato de cualquier persona debe tener igual importancia que el de un cura, por cuanto ambos son seres humanos, sin importar su origen, su casta social, creencia religiosa, cívica o cultural. De hecho, un asesinato no tiene más importante, o relevancia, porque la víctima sea un sacerdote del que pudiera tenerlo el de un recolector de latas.
Consecuentemente, y respetado el dolor y desconsuelo que embarga a la familia Altafulla, a quienes por este medio expreso mis condolencias, y la tristeza que vive la "Iglesia" por la referida muerte, no debemos perder de vista que se está juzgando al hombre, no a la religión, la cual, en todo caso, quien aparentemente la juzga es el propio inculpado, Marcos Manjarrez. De paso, para beneficio de nuestro público lector, quisiera que las autoridades competentes expliquen, describiendo, qué es un asesinato, un homicidio y un crimen. Muchas gracias... mientras tanto.
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