Nosotros, los ciudadanos, acudimos a las urnas cada cinco años con el proyecto mental, apoyado del entusiasmo de elegir los consultores, postulados por los diversos partidos políticos, para que, identificados en las necesidades comunitarias, utilizando los recursos económicos que inyectamos con el pago de los impuestos, los hagan revertir en la construcción de obras concretas que signifiquen el progreso ideal del pueblo en general. Es decepcionante esperar lo que nos mantiene en vilo, afrontando una situación de desesperanza que ostenta el anémico sistema de transporte urbano en Panamá.
Deslumbrado por la presencia de la perpetua indiferencia y percibiendo la completa palpitación del desastre, nos sentamos a la orilla del abrojoso camino, impresionados por el espejismo que nos traza la llegada de un nuevo día penumbroso. Espoleado por la curiosidad irresistible, me he internado a indagar el funcionamiento y estado físico de las unidades del transporte que prestan el servicio, preñados de fallas incontables y de entuertos invencibles.
Con la conciencia pura y recta, me atrevo a decir que el enorme péndulo de la civilización ora toca el Pacífico, ora toca el Atlántico examinando la cantera de dólares que recibimos en concepto del alquiler transitorio del canal. Internado en mis entregados pensamientos, estoy entrenado para contraer nupcias con el mundo en defensa presurosa, desgarrándoles con ímpetu los atrevidos movimientos al corazón de la quimera. Vienen las clases y sólo nos queda meditar. El mismo panorama nos acecha. La desesperación engorda y se engalana en este lapso insoportable que juega felizmente con los padecimientos arrellanándose en nuestro patio desolado.
Las promesas sin cumplimiento causan desaliento con desesperante rapidez. La indecisión es el incendio que devasta nuestro encomioso porvenir. No tendremos la luz creciente de la nueva aurora, ni la aparición del reluciente sol en la temática del transporte en nuestra patria. Tendremos que tratar de salvar las penalidades del agrietado Gólgota, pagando con agonías las culpas de nuestros fracasos.