Una vez que cursó la primaria, Rey David Fernández Martínez se negó a seguir estudiando. No bien había cumplido los diecisiete años, ingresó en el mundo de las drogas por invitación de sus "cuates" del barrio Ley en la Colonia México de la ciudad de Veracruz.
A las ocho de la mañana del sábado 24 de junio de 2006, camino al trabajo que había conseguido con su primo, Rey David llevó a sus hermanitos José Luis y Óscar Josué a la fonda de antojitos donde su mamá, Joaquina Elena, vendía picadas por la mañana y mariscos al mediodía.
Como a las ocho de la noche, salió con Ibis para escuchar al hermano de ella cantar en la plazuela del callejón de la Campana. Más tarde, en otra cantina entre las once y la medianoche, se metió otra "piedra" de cocaína con otro amigo de diecisiete años de edad. Volvió a encaminarse a su domicilio, pero una cuadra antes de llegar se detuvo en un lugar donde tomó más cerveza, ingirió tres de cinco pastillas psicotrópicas que le regaló un conocido apodado "El pirata" y, por si eso fuera poco, tomó más cerveza aún con otro de sus "cuates". A esas alturas se le había acabado el dinero, pero en lugar de buscar a quién atracar para tener con qué comprar más droga, como le proponía este último compañero de vicio, decidió buscar dinero en su casa.
Allí lo recibió su mamá entre la una y las dos de la madrugada. Era tal el estado de embriaguez del hijo que la disgustada mujer, según declaró Rey David, comenzó a regañarlo y le dio una bofetada. Ante esto, el drogado adolescente se encolerizó y mató brutalmente a la autora de sus días.
Acto seguido, el joven asesino sacó del monedero de su moribunda madre cuatrocientos pesos para ir a comprarse más "piedras" de cocaína.
Algún tiempo después de ser arrestado, Rey David, con cara de niño a pesar de medir casi dos metros de altura, expresó: "Estoy arrepentido... ya no voy a volver a drogarme... quisiera salir de aquí... mis hermanitos se quedaron solos..."
La señora Natividad Rodríguez, residente de la misma colonia, comentó: "Ya se perdió el respeto a los padres..."
El comentario de aquella vecina nos recuerda este atinado consejo del sabio Salomón, que a todos nos conviene acatar: El hijo sabio atiende a la corrección... pero el insolente no hace caso... Escucha, hijo mío... Aférrate a la instrucción, no la dejes escapar.... No... vayas por el camino de los malvados....
Su pan es la maldad;
su vino, la violencia....
Porque al final acabarás por llorar...
Y dirás: "¡Cómo pude aborrecer la corrección!"