"Soy un humilde trabajador de la viña del Señor", con estas palabras se presentó un emocionado Joseph Ratzinger el 19 de abril de 2005 tras ser elegido papa con el nombre de Benedicto XVI, un nombre que adoptó en homenaje, según dijo, a Benedicto XVl, un "valiente profeta de la paz".
Ha pasado ya un año, pero todavía está reciente en la memoria el fallecimiento de Juan Pablo II, las colas interminables de cientos de miles de personas que se acercaron al Vaticano para darle el último adiós, el entierro multitudinario en medio de los gritos de "Santo ya" y el posterior cónclave y elección del cardenal Ratzinger.
El cónclave, el primero del tercer milenio, comenzó a primeras horas de la tarde del 18 de abril. Ese día concluyó con "fumata negra", lo que significa que los 115 cardenales presentes de 52 países no habían logrado elegir Papa en la primera votación.
En la mañana del 19 se celebraron dos votaciones, que se cerraron también con "fumata negra.
Pero cuando todo daba a entender que esa segunda jornada acabaría de la misma forma, pasadas las 17.50 horas local (15.50 GMT) comenzó a salir un ligero humo de la chimenea instalada en el techo de la Capilla Sixtina, lugar del cónclave.
En un principio no se distinguió bien el color, pero teniendo en cuenta la hora que era y los tiempos previstos por el Vaticano para las votaciones en el Cónclave y para las eventuales fumatas, sólo podía ser blanco.
Poco después se comprobó que ese humo de color, en un principio, indeterminado era blanco. Había "Fumata blanca". La Iglesia anunciaba al mundo que tenía un nuevo Papa, el 265 sucesor de San Pedro.
El Vaticano había asegurado días antes que para que no hubiera equívocos, la fumata blanca iría acompañada de repique de campanas, pero por problemas "técnicos" la persona encargada de tocarlas no lo hizo hasta cinco minutos después, causando confusión.
Al parecer, los problemas fueron en realidad de seguridad.