Con el homicidio de Jhonny Pozo la semana pasada, quedó al descubierto la existencia de una guerra declarada y en curso entre miembros del bajo mundo del narcotráfico.
Y es una guerra en la que cualquiera podría resultar como "daño colateral", dado que en el momento menos esperado puede iniciar una batalla a plena luz del día y tocarnos una bala que llevaba el nombre de otra persona. Tal y como le sucedió a Jhonny Pozo.
Los carteles de la droga han puesto la mira en los tumbadores de droga, quienes les han causado millones en pérdidas, y no escatiman en lograr su objetivo.
Más alarmante aún es el hecho de que chicos menores de edad -que deberían estar estudiando y convirtiéndose en hombres útiles a la sociedad- son manipulados por estos delincuentes para convertirse en una nueva generación de sicarios fríos e inmisericordes.
Y lo hacen por 5 mil balboas, sumas que para estos niños parecen resolverles sus problemas, pero que tan sólo 10 años atrás resultaban insultantes para un sicario adulto.
Ahora, el país entero se ha enterado de lo que David Viteri ya sabía: que es un hombre cuya cabeza tiene precio. Un hombre marcado para la muerte.
Además de Viteri, otros tumbadores de droga se encuentran deambulando por las calles, todos sentenciados a muerte por narcotraficantes.
Para el panameño común, el que camina o maneja para trabajar, almorzar, hacer sus compras y divertirse, la sensación de inseguridad agrega una nueva capa, que ya no tiene que ver nada con el miedo a ser asaltado.
Ahora es el miedo a estar en el momento y lugar equivocados durante un nuevo enfrentamiento de los narcocarteles, que han hecho del país su campo de batalla.