El gobierno ha convocado a un diálogo y a consultas populares para abordar diversos temas. El cambio es doloroso, reconoció el mandatario Ricardo Martinelli, alegando que no lo puede hacer solo. Pero sucede que en Panamá hay un ambiente en que nadie confía del otro y las fuerzas políticas se preocupan más en prepararse para alcanzar o mantenerse en el poder. En ese afán, unos a otros se destruyen y se produce un círculo vicioso donde en todos los gobiernos gravitan los mismos problemas que nunca se resuelven.
La idea de realizar consultas populares le daría un mejor contacto a los gobernantes para conocer el pensamiento de un pueblo que al final del cuento es el que paga los aciertos y desaciertos de una administración y no los dirigentes que usted observa diariamente rasgándose las vestiduras hablando a nombre de la población, pero en el fondo esconden un discurso interesado.
En medio de la desconfianza que enrarece el ambiente resultará difícil convocar a un diálogo con las fuerzas políticas y sociales del país. Ya se han dado algunos ensayos en el pasado y los resultados están redactados en una pila de informes y proyectos que casi nunca se pusieron en práctica. Ahora existe el agravante de los procesos que se adelantan contra exfuncionarios del anterior gobierno y en todo caso la agenda de una conversación de esa índole no debería incluir solapadamente resolver los problemas legales de algunos de los actores.
La solicitud del Ejecutivo llega además en un momento en que va en descenso su popularidad y están en discusión proyectos conflictivos como las reformas tributarias y a la seguridad social. Puede surgir la sospecha que s trata de una maniobra para entretener y tirar una cortina de humo, para disfrazar la realidad del país.
En todo caso, corresponde al gobierno dar más luces sobre sus propuestas de diálogo y consultas populares, pero lo más importante es que al final del camino se atienda lo que recomiende la población.