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Padres y adolescencia, ¿tarea difícil?

Jenny Melchor Canevaro | Educadora y Psicoterapeuta

¿Cómo educar a un hijo adolescente?, ¿debo ser autoritario o amigo?, ¿debo consentir o prohibir?... se preguntan frecuentemente los padres, el no saber cómo actuar deja un sabor de temor y desorientación.

¿Por qué es tan difícil relacionarse con hijos adolescentes? Muchas veces la crisis se origina en que el adolescente es tratado como a un niño y se le exige como a un adulto. Ya no es niño, pero todavía no es adulto, se encuentra en un período de transición en el que la rebeldía, el desarreglo emotivo, el narcisismo, los sentimientos de inseguridad y angustia, la crisis de identidad multiplican los conflictos. Esta crisis no sólo afecta a los hijos, sino que también a sus padres, y son precisamente ellos quienes generan mayor estrés en esta etapa.

Gracias a la brecha generacional, el concepto de la vida como padre no coincide con la del hijo. Esa dualidad de visión es una grieta que separa de manera abismal al adolescente de sus padres, formas tan distintas de mirar la vida: mirarla desde atrás y observarla por adelante; los padres hablan desde la experiencia personal y su hijo responde desde la inexperiencia; los padres quieren imponerle su visión de las cosas y quizá su hijo ni le entiende ni quiere hacerlo, pues esta ávido de explorar, descubrir, de aprender experimentando...

Es necesario que se entienda que durante la adolescencia se produce una separación emocional y física del adolescente con respecto a sus padres, siendo ello, un paso necesario en la transición hacia la adultez, el hecho de que los padres estén preparados hace más fácil este proceso, tanto para ellos como para sus hijos.

Como padres se aspira a educar hijos libres, que no sean esclavos de sus temores, prejuicios, ego, ni mediocridad. Que puedan desenvolverse con soltura y dignidad en la sociedad y obedezcan a una conciencia ética y autónoma.

El rol de los padres es sumamente importante en la formación de la personalidad de su hijo, el ejemplo es una herramienta de primer orden para establecer hábitos de conductas en el joven siendo los primeros y más cercanos modelos los padres. Ellos aprenden de lo que dicen sus padres, pero fundamentalmente por lo que son; es necesaria la coherencia entre lo que son, dicen y hacen, de ello dependerá la solidez de la educación. Si estos tres órdenes se divorcian, la educación queda rota. Los adolescentes tienen que asumir e integrar a sus vidas los valores que influirán de manera significativa en su desempeño personal, que guiarán y orientarán su conducta.




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