Llevaba una vida doble, perfectamente doble. En los meses de invierno y en Cambridge, Massachusetts, era un brillante estudiante de la Universidad de Harvard; en los meses de vacaciones y en Los Ángeles, California, era un asaltante enmascarado.
Se trataba de José Razo, inmigrante en los Estados Unidos. Desde niño mostró gran inteligencia, y ganó becas para llegar hasta aquella prestigiosa universidad, donde se destacó entre todos sus compañeros. Pero además de extraordinario estudiante, era un consagrado asaltante. Cuando lo descubrió al fin la policía, José enfrentó una condena de por lo menos veinte años de cárcel.
Hay muchas personas como ese muchacho: buen mozo, elegante, de buen trato y de innegable simpatía. Llevan una vida doble. Parecieran tener dos personalidades en un mismo cuerpo, dos mentes, dos corazones. Tremenda habilidad para ganar amigos, abrirse paso en la vida, estudiar ciencias o artes por un lado; y por el otro, una mente propensa al delito y una gran habilidad para despojar a otros de sus bienes e incluso de su vida. José Razo era estudiante en las aulas de la Universidad Harvard, y asaltante y ladrón en las calles de Los Ángeles.
¿Qué pasa por la mente y el corazón de ese tipo de personas? ¿Qué genes hay en ellas que las hace ángeles de las luces y de tinieblas al mismo tiempo? ¿Qué hace a una persona capaz de las más sublimes acciones y al mismo tiempo de los peores y más repugnantes crímenes?
Dios conocía esta condición humana cuando le dijo al pueblo de Israel: "Hoy te doy a elegir entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal... entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes" (Deuteronomio 30:15,19).
Jesucristo puede ayudarnos siempre a escoger el mejor camino en todo, y a llevar, no una vida doble, sino una vida pura, clara y transparente. No hay otro, ni puede haber otro, como Él. Sólo
Cristo nos pone ejemplo de la vida que debemos llevar y nos da la fortaleza para llevarla.