Hemos leído en los últimos días la situación de las encuestas en Estados Unidos con relación a la próxima contienda electoral del mes de noviembre, donde se ha de escoger al mandatario de la nación más poderosa del mundo.
El actual inquilino de la Casa Blanca, George W. Bush, se encuentra en una incómoda posición debido a los crasos errores de estrategia, en cuanto a la guerra en Irak y la lucha contra el terrorismo global.
El pueblo estadounidense comienza a preguntarse cómo se pueden gastar casi 200 mil millones de dólares en una aventura bélica de tales proporciones y perder internamente, más de tres millones de empleos durante la actual administración republicana.
Surge entonces, un individuo como John Kerry, héroe de la guerra de Vietnam y ahora un proclamado pacifista, cuya ventaja sobre Buch hijo, se ha incrementado hasta rebasar el diez por ciento, según los últimos sondeos.
El discurso del presidente parece fincarse en su defensa de la seguridad nacional, en la persecución implacable de los violentos extremistas y deja por fuera, según sus detractores, el desarrollo interno de los ciudadanos.
Igual a su padre, Bush no ha podido consolidar una táctica capaz de remontar los conceptos en su contra y tampoco ha logrado demostrar que toda su inquina contra los árabes tiene algún sentido lógico y fundamentado.
De allí se espera su descalabro, igual a lo ocurrido hace doce años cuando irrumpió Bill Clinton en la carrera armamentista del mayor de los Bush, que en su desenfreno también nos golpeó a nosotros.