El policía detuvo al muchacho en una calle de Nueva York. Se acercó a su automóvil y le dijo: "El tubo de escape de tu auto echa mucho humo. Te voy a dar una orden para que lo repares." Y las manos de Orlando Ortiz, joven de veintitrés años, apretaron con furia el volante. Diez minutos más tarde el policía, Ken Tuthill, también de veintitrés años de edad, tomaba una taza de café en un negocio. Orlando Ortiz se le acercó y le disparó en el rostro con una escopeta de perdigones.
TUTHILL QUEDO HORRIBLEMENTE DESFIGURADO.
Pasados tres años, en agosto de 1989, el policía hizo esta declaración: "He quedado casi ciego, no tengo dentadura ni nariz; pero voy a volver a trabajar, y más aun, perdono al muchacho que me hizo esto."
Esta es una historia de tragedia, perdón y triunfo porque Ken Tuthill recibió una herida horrible, lo que es una tragedia. Su rostro quedó desfigurado, pero su ánimo permaneció intacto. Ayudado por su esposa Catalina, se repuso moralmente y en lo espiritual quedó mejor que antes. Ahora dice: "Me da pena con él, ya que ese muchacho debe pasar muchos años en la cárcel." Esa es una actitud de perdón al ofensor y es un triunfo sobre la desgracia. Sólo un hombre de profundas convicciones cristianas puede actuar así.
¿Cuál sería la reacción natural de un hombre que no tiene esas convicciones? La desgracia lo hubiera hundido, abatido, destrozado. Nunca hubiera olvidado el incidente, y nunca hubiera perdonado a quien lo hirió. Junto con las cicatrices del cuerpo, llevaría otras peores en el alma.
Si por algo es Cristo necesario en nuestra vida, es para hacernos "más que vencedores" en todos los infortunios de la existencia. Él puede ayudarnos a perdonar cualquier ofensa, y en el perdón está el triunfo. No permitamos que una tragedia física, emocional o moral se convierta también en una tragedia espiritual. Cristo quiere convertir nuestra tragedia en triunfo. Permitamos que lo haga.
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