Dentro de poco los panameños estaremos celebrando las festividades carnestolendas y no son pocos quienes se entregarán a las largas jornadas de farsa, comparsas y serpentinas.
Podremos ver, a lo largo de las principales calles y avenidas de la ciudad capital y del interior del país, la proliferación de puestos de venta de comidas, refrescos, así como también de bebidas alcohólicas, donde no pocos jóvenes se entregarán a su ingesta, propia de estas fechas.
Sin embargo, quienes tenemos un poco más de edad que la actual generación de jóvenes, recordamos todavía como en una época ya lejana, la venta de licor estaba reservada para sitios específicos como toldos, bares y cantinas, donde sólo entran adultos con su respectiva cédula.
Los centros de baile donde se departía en medio de tragos y bailes estaban ubicados en la antigua estación del ferrocarril (actual Museo del Hombre Panameño), en Río Abajo, en Calidonia y en Barraza, por citar unos pocos y eran los sitios preferidos para dedicarle un poco de tiempo a la diversión y el esparcimiento y allí entonaban sus más escuchados éxitos, las principales orquestas de la época.
Lamentablemente, hoy día, cualquier esquina, cualquier acera o calle, son sitios apropiados para ofrecer cervezas y bebidas fuertes a una juventud que bajo su influencia han llegado a cometer acciones de las que después se han arrepentido.
No somos puritanos, pero somos de la opinión que cada cosa tiene su lugar y su tiempo y debería volver la reglamentación de vender bebidas embriagantes en los sitios que para ello aprueba la ley y no en la vía pública, donde es lamentable ver a muchas personas andar dando tumbos, formar alborotos o quedar tirados a mansalva en cualquier zaguán.
Tal vez la expedición de permisos tenga que ver con resolver los problemas inmediatos de aquellos panameños sin recursos, y sea también una de las causas de la abundante venta de alcohol en las calles para estas fechas.