Los panameños ya estamos acostumbrados a que cada dos o tres semanas somos azotados con nuevos aumentos en productos básicos o servicios.
En momentos en que los padres de familia y sus hijos se preparan para el inicio del año escolar, explota lo que ya se veía venir: aumentos de 10% y hasta de 30% en las matrículas de colegios privados, incrementos que seguramente también se extenderán a la compra de uniformes y útiles escolares.
Ningún otro aumento muestra tan decisivamente que hoy por hoy la distancia entre la calidad de vida para ricos y pobres se está haciendo cada vez más amplia. Dadas las limitaciones de la educación pública, muchos panameños de clase media y media baja hacen extraordinarios sacrificios económicos para matricular a sus hijos en colegios privados, lejos de huelgas de educadores.
Esto afecta también a la educación pública, dado que cada año más estudiantes provenientes de escuelas privadas están siendo matriculados en planteles del estado, hacinando el sistema educativo público.
Esto es solo otro tentáculo del tantos que tiene el monstruo del costo de la vida. La inflación y los aumentos están destruyendo la calidad de vida del panameño. Al ritmo que vamos, el país será inhabitable para los no ricos, convirtiéndose esta situación en caldo de cultivo para líderes políticos con ideas radicales de izquierda que revuelvan a este país más de lo que ya está.
Los ejemplos en América Latina ya están dados.