Llevamos prácticamente una década de intentos fallidos para sacar de circulación a los desgastados, escandalosos, destartalados y peligrosos Diablos Rojos de la calle. Y durante todos estos años de esfuerzos infructuosos, parece que en realidad hemos retrocedido. Hemos autorizado el aumento de 15 a 25 centavos en el pasaje, aprobado millonarios préstamos a los propietarios de buses que ya no hay esperanza de que paguen, y el transporte sigue siendo igual de ineficiente, o peor.
Dadas las conexiones políticas y económicas de los gremios transportas, se han impuesto sobre dos administraciones gubernamentales consecutivas, y sobre los reclamos de cientos de miles de capitalinos que dependen del transporte público.
Hasta el momento, ni siquiera la muerte espantosa de 19 personas en octubre de 2006 en Bella Vista ha podido crear el impulso necesario en las autoridades para acabar con el dominio de los transportistas colectivos.
El proyecto Transmóvil -que ahora se encuentra paralizado por la Corte Suprema de Justicia- es solo una curita, no una cura para el problema del transporte colectivo, los tranques y la vialidad en general.
Mientras vemos como cada iniciativa para hacer por lo menos algún avance, siguen ocurriendo accidentes como los del pasado sábado, en que por exceso de velocidad, un bus cayó por un precipicio, hiriendo a 15 pasajeros.
Lo mejor es que el actual gobierno deje por las buenas el proyecto Transmóvil, por tratarse de una iniciativa improvisada y ejecutada a la carrera ante la inminencia de un proceso electoral. Si va a ser un tren, un monorriel, un metro o lo que sea, es mejor que el problema del transporte colectivo sea tratado por una nueva administración que se dedique a ello desde el principio.