El viejo interés del gobierno de Colombia en abrir la selva tropical del Darién para terminar la carretera Interamericana volvió a ponerse de manifiesto, cuando el mandatario colombiano, Álvaro Uribe, insistió en ello ante nuestro presidente, Ricardo Martinelli.
Seguramente que a Martinelli le han dicho hasta la saciedad las razones por las cuales no debemos permitir que se abra "El tapón del Darién", pero tomando las enormes implicaciones ambientales, sanitarias, económicas y de seguridad nacional que la media implica, no está de más volver a repetírselas.
En primer lugar, están las afectaciones ambientales. De abrirse una carretera a través de los 87 kilómetros de selva, se estaría exponiendo a la devastación total un área que desde 1981 ha sido declarada como Patrimonio de la Humanidad. Tal y como los ambientalistas del país lo han advertido, la afectación no se limitaría a la carretera en sí, ya que con el acceso libre de personas a esta reserva, se abriría una puerta a la rapiña de sus recursos, abriéndose trochas desde y hacia la carretera, que acabarían con más bosque.
En segundo lugar, es reconocido que el tapón del Darién ha bloqueado la entrada a Centroamérica de la "Fiebre Aftosa", que afecta al ganado sudamericano.
Por otro lado, esto también facilitaría la inmigración ilegal al país, y sobre todo le daría más libertad de movimiento a grupos guerrilleros irregulares colombianos. Si ya han traspasado la frontera y afectado poblaciones darienitas, una carretera les permitiría penetrar más rápido y profundo en territorio nacional. Estas son solo algunas razones para no abrir el tapón.
Uribe no será el último presidente que insistirá en el tema. Pero debemos reaccionar como hasta ahora lo hemos hecho: ignorándolos elegantemente.