Como dijo la madre Teresa: "El mundo está de cabeza y está sufriendo porque hay tan poquito amor en el hogar". Ante este señalamiento se comprende que el amor comienza en el hogar; es dulce, tiende a agriarse, pero si se mezcla con sabiduría y madurez, se convierte en un amor para toda la vida.
Con el amor llegan los hijos, los cuales vienen a constituirse en un regalo de Dios. Nuestro creador nos lo entrega para que se los cuidemos y hagamos de ellos hombres y mujeres de bien. Nacen puros, limpios, sin maldad, ni odios. Corresponde a los padres moldearlos, educarlos en valores y prepararlos para la vida. De las enseñanzas y correcciones que se le hagan en la infancia, así mismo serán los resultados que se lograrán cuando lleguen a la adolescencia, que es la etapa en la que exteriorizan experiencias vividas.
Actualmente, la vida agitada que se vive cuando se quiere ser profesional exitoso, padres, esposos y esposas, políticos, empresarios, entre otras metas a alcanzar, lleva a dedicarles muy poco tiempo a los hijos; aunado al hecho de que ambos padres tienen que salir a buscar el sustento familiar, de allí que el poco tiempo con que cuentan para sus hijos debe ser de calidad y vivirlo intensamente.
Las responsabilidades, principalmente las laborales, en extremo, tiende a afectar la relación de pareja, la comunicación con los hijos, y por ende, hasta provocan que en el hogar se formen fracturas y desprendimientos de sus estructuras.
Se vive en constante prisa por alcanzar, cumplir y desarrollar proyectos que permitan satisfacciones personales. Amén de aquellos empleadores que no muestran un ápice de consideración para con aquellos colaboradores que le han demostrado por años, capacidad, lealtad y honestidad en la labor que desempeñan, y es precisamente a esos trabajadores a los que someten a horarios que en nada le favorecen compartir con sus familias. Muchos de ellos, en el ocaso de su vida laboral, vuelven la mirada hacia atrás y se ven solos, pues no lograron que la balanza se quedara en un punto neutro, y descuidaron la unión familiar. Los hijos crecieron sin verlos, pues no coincidían en los horarios, y sus parejas se vieron en la necesidad de recurrir a otras actividades que suplieran su compañía.
En ese momento, pese a los éxitos y reconocimientos laborales, es cuando sale a relucir la más terrible pobreza que pueda vivir el ser humano... la soledad y el sentimiento de no ser amado. Pobreza no sólo es carecer de recursos económicos, tener hambre, frío o no tener dónde dormir. Es no tener a su lado a su pareja o a sus hijos. Para llegar a evitarlo, es necesario comenzar a remediar, a tiempo, esta clase de pobreza en el hogar, y reconocer el valor de la compañía de los miembros de la familia, amándolos sin cansarse y protegiéndolos.
El trabajo pasa a un segundo plano cuando llega el retiro o la jubilación; con ello, los reconocimientos por la labor realizada; los recursos económicos que son necesarios, pero no dan la felicidad, en cambio la familia es para siempre.