Cuando vemos los principios por los cuales muchos de nuestros compatriotas valoran a sus semejantes, nos viene a la mente la letra de aquella inmortal canción de Rubén Blades, "Plástico":
"Era una ciudad de plástico,
de esas que no quiero ver.
De edificios cancerosos,
y un corazón de oropel.
Donde en vez de un sol,
amanece un dólar,
donde nadie rie,
donde nadie llora,
con gente de rostros de poliester,
que escuchan sin oir
y miran sin ver
Gente que vendió por comodidad
su razón de ser y su libertad."
Traducimos todas nuestras relaciones a dinero. Alguien es importante, o no, por el dinero que tenga o deje de tener. Un objeto cualquiera vale la pena si cuesta más dinero que aquel otro. Una casa será mejor o peor, dependiendo de lo que cueste en dólares.
El dinero es la vara de medir que existe actualmente entre los hombres y mujeres del país. Nuestros amigos y amigas, los novios, los esposos y hasta la mayoría de los parientes son aceptados, o no, dependiendo de la cantidad de dinero que tengan.
Se dice que alguien es "buen amigo" de uno, si tiene plata. Estar junto a él es beneficioso, y por eso lo frecuentamos. Pero no lo buscamos por alguna virtud que ostente, ni por su don de gente ni por sus buenos sentimientos y alegrías.
No: nos acercamos a los otros por razones materialistas, y por nada más.
Tal vez a veces no es dinero constante y sonante lo que buscamos en el otro, pero sí algo parecido como influencia, poder, o cosas materiales como el sexo, bienes, o lujos diversos.
Este tipo de situaciones nos ha convertido en una sociedad individualista, egoísta, materialista, alejada de todo sentimiento filial y humano.
No importa quién sea el otro, ni cuánto bien puede llegar a hacernos en el espíritu: lo que interesa es su cuenta bancaria, o si pueden ayudarnos a ascender en la carrera o en la vida misma.
Cuando nos mudamos, también pensamos en tener vecinos con algo de "clase", es decir, con algo de dinero o influencia. Si son gente común y corriente, los despreciamos.
Básicamente, el ingreso es la vara con que medimos todo lo que queremos que nos rodee. Somos esclavos del dinero y de la percepción de tenerlo.
Es esto, precisamente, lo que nos está destruyendo como sociedad.