El depuesto mandatario hondureño Manuel Zelaya retornó clandestinamente a su país y se refugió en la embajada de Brasil en Tegucigalpa.
Sin duda que ese regreso deberá acelerar los acontecimientos en el hermano pueblo centroamericano y lo civilizado sería lograr una salida pacífica a la crisis que nació el 28 de junio con el derrocamiento de Zelaya.
Debería haber un esfuerzo regional a través de la Organización de Estados Americanos (OEA), para resolver la situación, donde impere sobre todo el criterio de los hondureños y no las presiones de la izquierda o la derecha que tratan de inclinar hacia uno u otro lado el conflicto que sufre Honduras.
Ahora hay un país dividido entre seguidores de Zelaya y los que respaldaron su derrocamiento y posterior designación del mandatario interino Roberto Micheletti.
Zelaya fue derrocado por insistir en convocar una encuesta sobre una Asamblea Constituyente para una reforma constitucional en favor de la reelección presidencial.
Lo cierto es que el gobierno de Micheletti está sometido a las presiones de la comunidad internacional, que reclama el reintegro de Zelaya al poder.
Con Manuel Zelaya ya dentro de Honduras los acontecimientos se precipitarán, pero los políticos, militares y el pueblo hondureño deben tratar de abordar con sensatez los momentos que viven y buscar una solución que evite un baño de sangre entre hermanos.