Honduras está que hierve. El país sufre una peligrosa polarización tras el derrocamiento del mandatario Manuel Zelaya. La nación Centroamericana está aislada diplomáticamente al no lograr reconocimiento internacional y la OEA la ha suspendido de ese foro continental.
El golpe contra el político Liberal parece haber surgido del temor de un sector de los hondureños de su alineamiento con Venezuela y la posibilidad de que Zelaya buscara la reelección.
"Mel" Zelaya llegó al poder con el voto popular el 27 de enero de 2006 y debería culminar su mandato ese mismo día, pero del 2010, es decir un poco más de medio año. Pese a la presión internacional, no hay visos de que el presidente interino Roberto Micheletti y los militares, den un paso atrás para restituir al derrocado.
La historia, incluso la panameña, revela que la OEA sólo puede ejercer acciones de "amigables componedores" en ese tipo de crisis. Cuando los militares derrocaron a Eric Arturo Delvalle y anularon las elecciones panameñas de 1989, la OEA envió al ecuatoriano Diego Cordovez para tratar de promover un entendimiento entre el régimen de Noriega y la oposición, pero no fue posible.
En Honduras, la situación ya es explosiva; los enfrentamientos ya tienen saldos fatales y los que rechazan el retorno de Zelaya y quienes lo respaldan, seguirán en las calles.
En democracia los golpes de Estado no se justifican. Las Constituciones de los países establecen los mecanismos para sustituir a un mandatario, pero esa responsabilidad no es competencia de los cuarteles. Sin embargo, hay una realidad: Manuel Zelaya está fuera del poder y parece difícil su retorno. Frente a esa realidad, los hondureños tendrán que buscar su propia salida dialogada y lo más prudente, es realizar elecciones presidenciales lo más pronto posible con garantías para todos los sectores del país.