CRIMENES FAMOSOS
Una cuestión de evidencia

Max Haines

La policía sospechaba que Alfred Whiteway era un doble asesino, pero no tenían nada que lo conectara con los crímenes.

No hay defensa contra estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Eso es lo que les sucedió a Bárbara Songhurst, de 16 años y Christina Reed, de 18, una noche de verano en 1953.

Las dos adolescentes eran bonitas, populares y extrovertidas. Eran verdaderas compañeras, las mejores amigas e iban a todas partes juntas. En la noche del 30 de mayo, las muchachas habían hecho arreglos para pasar la noche juntas en casa de los padres de Christina en Hampton Hill, ubicada no lejos de Brighton, Inglaterra.

El día siguiente y en la tardecita, las chicas pasaron momentos agradables con tres amigos que estaban acampando cerca de la casa de Christina. Los muchachos, John Wells, Albert Sparks y Peter Warren se preocuparon cuando las chicas se preparaban para irse en sus bicicletas sin una linterna a eso de las 11:00 de la noche. Les prestaron una luz y las acompañaron hasta un camino costero a lo largo del río Támesis. Los tres amigos las miraron hasta que Bárbara y Christina desaparecieron de la vista.

Alguna distancia camino abajo, otros dos muchachos estaban acampando en un campo a unos 300 metros del sendero costero. Los muchachos más tarde recordarían haber oído un penetrante grito poco después de las 11:00 de la noche. Nadie más que su asesino oyó o vio a las muchachas con vida nuevamente.

A la mañana siguiente, George Coster estaba inspeccionando la pared del río cerca de Twickenham cuando divisó algo flotando en el agua. Se notificó a la policía. Usando un bote patrullero, recobraron el cuerpo desnudo de Bárbara Songhurst. Más adelante, río abajo, la policía encontró dos pares de zapatos pertenecientes a las muchachas. Cerca había dos grandes charcos de sangre. El río fue dragado en un intento por localizar el cuerpo de Christina. Aunque fracasaron en encontrar su cuerpo, localizaron su bicicleta. La bicicleta de Bárbara nunca fue recuperada.

La búsqueda de Christina continuó por una semana antes de su cuerpo fuera encontrado unos tres kilómetros río abajo de donde había sido recuperado el cuerpo de Bárbara. Una autopsia indicó que las chicas habían sido apuñaladas en el pecho.

Bárbara había recibido tres puñaladas y Christina 10. Además, ambas habían sido violadas y habían recibido varios golpes atroces en la cabeza.

Siguió una intensa investigaión. Un reconocimiento casa por casa descubrió nada más que pistas falsas, como lo fue el interrogatorio a los 900 militares que servían en Brushey Park una Base de la Fuerza Aérea de EE.UU., en Teddington. Todo el trabajo de rastreo de la policía produjo resultados negativos, pero 17 días después de los asesinatos una serie inusual de acontecimientos se instrumentó para señalar a un sospechoso.

El 24 de mayo, una semana antes del doble asesinato, una niña de 15 años había sido violada en Oxshott. La desafortunada muchacha había sido atacada por un hombre que blandía un hacha pequeña. Sobrevivió a la dura prueba y dio a la policía una descripción detallada de su asaltante. El usaba un overol azul y, extrañamente para esa época del año, tenía puestos guantes marrones de cuero. El violador montaba una bicicleta azul. Su descripción fue ampliamente distribuida.

Como resultado de la publicidad, Harry Bedford había guardado los detalles de lo que el hombre estaba usando frescos en su mente. Caminando a través de Oxshott Heath el 17 de junio, notó a un hombre que estaba tirando un hacha pequeña al tocón de un árbol. El hombre usaba overol azul y guantes marrones.

Harry llamó a la policía y en minutos el hombre estaba detenido. Sin que lo supieran los oficiales, escondió el hachita en su overol. Fue llevado a la estación de policía de Kingston, donde fue interrogado. A pesar de la coincidencia en la ropa, los detectives no pudieron hallar conección entre el sospechoso. Alfred Whiteway, y la violación de la niña de 15 años. Whiteway fue liberado.

Poco después que Whiteway saliera de la estación de policía, se recibió información que una mujer de 56 años, Patricia Birch, había frustrado a un violador potencial el 12 de junio, cinco días antes que Whiteway fuera interrogado. La Sra. Birch lo había convencido de no atacarla sexualmente ofreciéndole el contenido de su cartera. El hombre había usado overol azul y guantes marrones. Los investigadores tenían un sospechoso. Recién había dejado la estación de policía. Su nombre era Alfred Whiteway.

El 28 de junio, fue detenido una vez más. Esta vez fue acusado de la violación de la muchacha de 15 años y del intento de violación de Patricia Birch. A pesar de sus fuertes sospechas, la policía no tenía nada en concreto que conectara a su hombre con el doble asesinato. Todo eso cambió el 15 de julio cuando un agente de policía entró a la estación con un hacha pequeña y una historia que contar.

El agente confesó que el día siguiente que Whiteway había sido transportado a la estación de policía de Kingston como sospechoso de la violación de la niña de 15 años, había encontrado una hachita en su patrullero. La había guardado en su armario en el garaje de la estación de policía. El agente se fue con licencia por enfermedad y no volvió hasta el 8 de julio. Cuando regresó se dio cuenta que el hacha estaba todavía en su armario. Qué demonios, pensó para sí mismo. Se llevó el hacha a su casa y la usó para picar madera. Sólo el 15 de julio se dio cuenta que el hacha podría haber sido usada como un arma en una violación y en un doble asesinato. Entregó el hacha a sus superiores.

Whiteway, alojado en una institución separada mientras esperaba el juicio, fue interrogado una vez más acerca del doble asesinato. El insistió que había estado en casa con su esposa y su hijita en el momento en que los crímenes habían sido cometidos.

En sus propias palabras dijo a sus interrogadores, "Mantendré mi boca cerrada. Sé lo que son los policías. No tuve nada que ver con las muchachas. Están perdiendo el tiempo. El tipo que hizo eso estaba loco". Whiteway debía haberse detenido allí. En su lugar sorprendió a los policías continuando, "Llegaría a cualquier cosa para violar a una virgen, pero no asesinarla".

La policía tenía un as que usar. Se encontró sangre humana en uno de los zapatos de Whiteway. Cuando lo enfrentaron con esta información, Whiteway dijo, "No lo creo. Pienso que me lo están cargando a mí".

Whiteway admitió que usualmente llevaba una hachita y que se había convertido en un experto en tirarla a un blanco. Una vez que empezó a hablar del hacha, reveló la sorprendente información de que ésta estaba en las manos de la policía de Kingston. Dijo que cuando había sido llevado a la estación de policía de Kingston, había metido el hacha bajo el asiento del auto patrullero mientras la atención de los dos oficiales en el vehículo estaba atraída por otra cosa.

Finalmente, la historia del hacha fue conectada a Whiteway y al doble asesinato. Una vez que el arma fue recuperada de la estación de policía de Kingston y mostrada a Whiteway, éste espetó, "Saben muy bien que fui yo. No tenía intención de matarlas. Nunca quise herir a nadie".

Continuó, "Sólo vi una muchacha. Vino de atrás de un árbol donde yo estaba parado, la golpeé y cayó como un leño. La otra lanzó un grito desde el costado de la esclusa. Nunca la había visto hasta entonces, nunca. Me abalancé sobre ella y la hice callar. ¿Por qué no hacen algo los médicos? ¿Debe ser mental, verdad? Debe serlo. No puedo detenerme".

Tan rápidamente como fue para confesar y firmar su declaración, Whiteway se volvió hacia los oficiales y dijo, "Diré que son todas mentiras, como la sangre en mi zapato. Pueden romper lo que firmé. Yo no lo hice".

Alfred Whiteway fue juzgado por el asesinato de Bárbara Songhurst. El jurado inglés sólo se tomó 47 minutos para encontrarlo culpable. El 22 de diciembre de 1953 Alfred fue ahorcado en Wandsworth Prison. Su último acto fue enviarle una tarjeta de navidad a su esposa, quien lo conocía sólo como un marido amante y un padre devoto.

 

 

 

 

 

 





 

No hay defensa contra estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Eso es lo que les sucedió a Bárbara Songhurst, de 16 años y Christina Reed, de 18, una noche de verano en 1953.

 

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