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Sin embargo, me porto soberbio

Redacción | Cr�tica en L�nea

Todos tenemos nuestro nivel de autoestima, alto o bajo. Dependiendo de qué tan en paz nos sintamos con nosotros mismos, de nuestros logros personales y profesionales y de la relación que tengamos con nuestros seres queridos, así estará nuestra autoestima.

Cuando nos encontramos con individuos que se conducen con soberbia ante los demás, esto nos hace preguntarnos cómo ellos se sentirán por dentro; si realmente esas miradas altaneras y esas palabras hirientes no esconderán una autoestima baja y una permanente duda en las propias capacidades.

En el Cristianismo, el orgullo se define como una estima exagerada de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y renombre.

Para la Iglesia Católica encabeza la lista de los siete pecados capitales que escribiera Santo Tomás de Aquino. La causa por la que el orgullo (soberbia) ocupa el lugar principal en esa lista para la iglesia Católica, se debe a que según la biblia fue lo que provocó la rebelión de Lucifer.

Por el contrario, la arrogancia se define como una cualidad negativa que se refiere al excesivo orgullo de una persona en relación consigo misma. Una persona arrogante tiende a exagerar todo el tiempo su propia importancia.

Una persona arrogante en extremo normalmente intentará echar por tierra los puntos de vista y opiniones de las otras personas, con el objetivo de situarse por encima de éstas.

Unido a la arrogancia, invariablemente sale a relucir la falta de capacidad para reconocer las propias limitaciones.

La soberbia, al contrario de la humildad, no ayuda a conseguir amistades (a menos que sean por conveniencia). No crea un entorno saludable de trabajo, ni familiar. Entonces, �para qué tanta altanería?



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