Fue una batalla jurídica que duró dieciocho meses, una de esas batallas en que hay que ir varias veces al tribunal, valerse de abogados, rogar al juez. Pero al fin, tras presentar infinidad de papeles y certificados, Brenda Covington, de treinta y un años de edad, del estado de Texas en los Estados Unidos, obtuvo lo que buscaba: adoptar a la pequeña Elisabeth, de un año y medio de edad.
El problema que tuvo que superar -simple, si se quiere, y sin embargo serio para los tribunales- era que Brenda es una enana. "Pero -concluyó el juez- el amor no tiene medida. Puede ser inmenso dentro de una persona pequeña."
Todavía quedan jueces en esta tierra que tienen espíritu y sabiduría salomónicos. El problema que discutían es que siendo Brenda enana, no tendría capacidad para trabajar y al mismo tiempo cuidar de su niña. El ser enana -decían- le producía muchas limitaciones.
Con todo, Brenda insistió hasta que convenció a los jueces. Aunque sólo mide un metro con veinte centímetros de altura, tiene un cerebro normal, una inteligencia normal, una educación normal, una salud normal, y más que todo, un amor que excede a cualquier condición física adversa.
El amor no se mide por el tamaño del cuerpo, ni por la inteligencia que se posee, ni por la educación adquirida ni por las riquezas que se tengan. El amor se mide por el espíritu de sacrificio y por esa imponderable virtud de amar, que desafía toda razón humana.
Ni el tamaño del cuerpo, ni el color de la piel ni la clase social a la cual se pertenece pueden dar indicios ciertos del amor. Un gigante puede tener un corazón de piedra, y un enano, tenerlo de oro.
Es interesante, pero triste, que el mundo mida el éxito según lo exigente o lo prepotente que es la persona en adquirir lo que desea. Jesucristo, en cambio, mide con valores diferentes. Él dice: "Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia.... Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión.... Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mateo 5:5,7,9).
A la larga, no es el agresivo el que obtiene la aprobación del prójimo. Es el bondadoso, el sacrificado, el humilde. Estas son virtudes que brotan del corazón. Y sólo Jesucristo, la esencia del amor, puede darnos un corazón así.