Triste o alegre son palabras que podría definir esta Navidad, según cada panameño. No hay lugar para sentimientos medios o tibios. Así es lo que duerme en el corazón de los hombres y que se despierta en estos tiempos donde salen a flote los recuerdos de algún familiar fallecido o el nacimiento de un hijo.
El pueblo cristiano conmemora esta fecha con gozo, pues ésta nos recuerda que Dios se hizo hombre para habitar entre nosotros y servirnos, pero lo más importante fue que vino a salvarnos del pecado, ofreciendo su propia vida por la humanidad entera.
Este día debe desbordarse la alegría. Hay razones de sobra para estarlo. No hay licencia para confundir la fiesta con el exceso de licor y de comida porque siempre habrá un hogar en donde hará falta un plato de comida.
Los panameños debemos conmemorar las fiestas con una oración de arrepentimiento puro que nos haga experimentar un cambio renovado de nuestra alma.
El abuso siempre será el arma fatal para aquellos que andan perdidos en el vicio, por ello, apelamos a quienes tienen la responsabilidad de manejar a que lo hagan con los ojos bien abiertos y sin las influencias extrañas que produce el efecto de libar licor.
Hoy no debe haber lugar para amarguras, ni espacio para el odio, pues es un momento hermoso en el que debemos cumplir un mandamiento sagrado que Dios nos enseñó, que es amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Este es el secreto del amor.
Que la fecha que hoy celebramos sirva también para que los que habitamos esta tierra hermosa nos unamos en familia en busca de la verdad, esa verdad que nos conduce a la fuente de la vida eterna cuyo camino es Cristo Jesús.