Una nube negra y densa se cierne sobre la testa de la ciudad de Santiago de Veraguas, con las desgarradoras intenciones de apoderarse licenciosamente de su juventud.
No sé qué les acontece a los muchachos que no les agrada poner en función el cerebro, orgullo estimado de la raza dadora de tantos triunfos de valía, obtenidos por los osados descendientes de Adán y Eva. Pero ese caudal tan glorioso y vanidoso para algunos, en otros, no es más que un lecho seco, denunciante de la reciente refriega entre gusanos tentados de peligrosa locura. Como educador que fui durante toda la vida y de buena talla por cierto, siempre he señalado que el mayor responsable en la disgregación vergonzosa del hogar es el abandono de los padres irresponsables.
Los padres creen que dejando solos a los hijos y a las madres en deshonor, mostrándoles las espaladas con desprecio olímpico, pensando que han triunfado, volcando a la mendicidad a los vástagos que comienzan a vagar por las calles en busca de lo desconocido, es el mejor trofeo. Y allí encuentran precisamente lo que no han guardado nunca, el vicio. Hace algunos días leí que la policía realizó una redada y atraparon más de cien jóvenes de conducta maliciosa que no guardan con precisión los mejores hábitos provistos de decencia. Ah, mí ciudad natal que en el pasado se paseaban por sus calles conjuntos de hombres trajeados de blanco, para actos solemnes revestidos de las virtudes cardinales y acrisoladas, rindiéndoles honor a la castidad de carácter y a la nobleza de conducta ¡El tiempo no será piadoso para el nuevo encuentro!
Me es completamente incomprensible que esta parvada de mozalbetes esté cuadrada con especialidad a esta situación bajuna, antro rufianesco donde ha germinado la vagancia que medra el succionado esfuerzo ajeno. Esta conducta tiene como objeto la ocultación de los comportamientos lícitos con fines destructivos que salen a la calles detrás del daño; como noctámbulas luciérnagas en concubinato con la oscuridad de la noche. Hora de la encrucijada cruel nacida a la luz del suplicio vengador, recomendado por la fuerza destructiva de la incontrolable tempestad avecinada.