Ocho féretros, un mismo dolor. El pueblo de Aguadulce lavó ayer con lágrimas la congoja por el deceso de los miembros del equipo de softbol en un accidente automovilístico en la capital.
Fue un funeral para la historia. En cada parada que hacía la caravana con los féretros se escuchaban gritos desgarradores. El 'olor' a dolor se apoderó del ambiente, mezclándose con el aroma de las flores.
Una madre derramaba su sentimiento frente a un ataúd y gritaba: ¡Ay mi muchacho!
Una esposa se retorcía de desesperación y exclamaba: "¡Me dejó, me dejó!". Otro chico repetía insistentemente: "¡Quiero ver a mi papá!".