Todos, en algunas ocasiones, hemos fracasado en la vida. A veces, logramos nuestro objetivo y sentimos gran satisfacción. Otras veces, nuestra experiencia es muy distinta ya sea en el ámbito familiar, en la formación de nuestros hijos, en los estudios, en los negocios, en nuestra relación con Dios y con los demás, etc.
Debemos aprender a superarnos y crecer, pues una cosa es que fracasemos en algo en la vida y otra es que seamos unos fracasados. ¿Cómo podemos aprovechar estos fracasos favorablemente? Veamos algunas indicaciones:
1-El fracaso no se debe convertir en una fuerza destructiva, pues acabaría con el entusiasmo, la iniciativa y la voluntad de luchar.
2-Cuando cometa un error, sienta cierta cólera, pero no contra usted ni contra nadie en particular, sino contra el obstáculo que se le presentó. Que esa cólera se convierta en agresividad positiva.
3-Los fracasos son la escuela del éxito. Estudie, analice por qué falló y entonces aprenderá a triunfar. Pregúntese: ¿Por qué perdí? Y es en este momento cuando la derrota se convierte en piedra de construcción que conduce a una determinación y a una sabiduría mayor.
4-Toda adversidad es una enseñanza en cierto modo, ya que la vida no nos brinda una sola oportunidad, sino muchas. Nuestra mayor gloria no consiste en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos.
5-La derrota es una acompañante cotidiana que nos hace volver a evaluar nuestras metas para definir si son metas auténticas. Si vale el esfuerzo seguir luchando por ellas, se convierten en uno de los grandes bloques que construyen nuestras vidas.
Es muy diferente el fracaso parcial al fracaso total en nuestras vidas. Ante una caída, si nos sentimos abatidos nuestra mente puede centrarse en el fracaso.
Dios nos ama profundamente – es un amor que hace surgir lo mejor de nosotros – no nos abandona cuando fallamos sino que nos dice: Estoy contigo, no te desanimes, juntos cambiaremos tu debilidad en fortaleza. Porque Dios nos ama, aun y a pesar de lo que hemos hecho. Esto es maravilloso y nunca debemos olvidarlo en nuestra mente y corazón. Y recuerde: ¡Con Dios, usted es invencible!