Los seres humanos tenemos muchas cosas maravillosas que dar al mundo, a nuestra familia y a la misma comunidad.
Dar lo mejor de sí, no significa obsequiar grandes dones, sino dar lo poco que tenemos, pero con amor y entrega; y la palabra de este domingo nos enseña que el Señor no quiere de nosotros grandes prodigios, sino que nos pide dar de lo que hay en nuestro corazón sin recelo ni tacañería.
El evangelio de hoy nos presenta dos escenas donde Jesús actúa y hace saber su pensamiento con referencia a dos actitudes.
En la primera de ellas, hace una observación de lo que no debe hacer un representante de Dios, dándonos una lista de comportamientos, como la ostentación del poder, la prepotencia, la ambición y explotación del pueblo, y en cambio alude a la actitud de una pobre viuda que da como ofrenda las últimas monedas de su sustento y reprocha a los ricos que donan su dinero sin tener conciencia de su significado.
El templo para Jesús no debe convertirse en un símbolo de explotación o de miseria humana, debe ser un espacio donde se encuentre el hombre consigo mismo y con su Dios, para revisar su vida, teniendo presente que el templo más que la estructura física, es una estructura de amor que representa la caridad de Dios y del hombre.