Las lecturas de este domingo nos presentan una panorámica acerca de cómo debe ser el comportamiento de un auténtico cristiano, que asume en su vida el proyecto de Jesús, y en consecuencia nos invitan a colocar nuestras preocupaciones, nuestros intereses allí donde ni la polilla, ni el moho corroen.
Ya que en ocasiones somos cristianos sin Cristo, nuestra vida por un lado y nuestra fe por otro, lo pronunciamos de boca pero nuestra experiencia acerca de Dios es muy pobre.
El mejor ejemplo lo encontramos en nuestro continente, pues somos un buen número de cristianos; sin embargo, nuestros comportamientos dejan mucho qué decir a la hora de configurar nuestra vida con la de nuestro Señor Jesucristo.
Nuestro Dios es un Dios de vivos
Los saduceos, que no creían en la resurrección, intentan enredar a Jesús con una pregunta de tipo casuístico basados en la ley del levirato (Dt 25, 5 ss) La respuesta de Jesús hace ver, primero que todo, que el matrimonio es una realidad temporal, natural y necesaria para la prolongación de la especie.
En segundo lugar, en la resurrección ya no habrá necesidad de una serie de cosas que eran necesarias al ser humano, ya que la resurrección no es la simple prolongación de esta vida con sus necesidades y deficiencias, sino un estado de vida absolutamente pleno donde ya no habrá necesidades que satisfacer.
En tercer lugar, Jesús prueba con la Escritura que Dios es un Dios de vivos y que por lo tanto la vocación de todo hombre y mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios.