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'¡Tu pobre América, Colón!'

Hermano Pablo | Reverendo

¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América, tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.
Un desastroso espíritu posee tu tierra:
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra, se hieren y destrozan las mismas razas.
Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas.
¡Eso no hicieron nunca nuestros caciques,
a quienes las montañas daban las flechas!
Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!
La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.
Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.
Duelos, espantos, guerras, fiebre constante en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!

Así termina el famoso poema «A Colón», que Rubén Darío escribió cuando tenía 25 años, en 1892, con motivo de las fiestas del IV Centenario del Descubrimiento de América.

Más vale que seamos nosotros los que roguemos a Dios por el mundo que descubrió Colón, un mundo que aún sigue lleno de guerras y falto de paz. Conste que la única manera en que nuestro mundo ha de disfrutar de la verdadera paz es si rogamos a Dios cada uno en particular, pidiéndole que nos llene de su paz perfecta, que sobrepasa todo entendimiento. Es que esa misma paz que eludió al almirante y a los conquistadores puede inundarnos a nosotros con sólo rogar a Dios que nos la conceda.




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