El celebrar es propio del panameño. Uno se muestra alegre al nacimiento de un hijo, la graduación de los chicos y el cumpleaños de alguien en la familia, son hechos que no se pueden pasar por alto y merecen departir con los amigos con música y bebidas. Pero en los diferentes barrios de la capital, hay personas que todos los fines de semana arman un escándalo, para festejar cualquiera tontería.
Estos fiesteros permanentes trancan prácticamente las calles de las barriadas con los autos de sus invitados, se toman los estacionamientos que no les corresponden. Para colmo, no se limitan a difundir a toda mecha la música, sino que arman una gritería donde se escuchan palabrotas de todo calibre y para cerrar con broche de oro a cada momento lanzan fuegos artificiales, como si el celebrante fuera una reina de carnaval.
Esto es tener poca consideración con el resto de los vecinos, donde viven niños recién nacidos, pueden haber personas enfermas y en fin gente que descansa en horas de la madrugada, porque al día siguiente tiene que trabajar.
Lo peor de todo, es que aún existiendo estaciones de Policía en dichas barriadas, los agentes no hacen el mínimo esfuerzo para tratar de frenar esa mala práctica.
Los vecinos llaman al 104 poniendo la queja. Un cabo responde: "como no jefe de una vez, vamos enviar un patrulla". Pasan las horas y la lluvia de fuegos artificiales sigue. Usted contacta nuevamente a la Fuerza Pública y los tipos responden nuevamente como la Tuli Vieja: "voy, voy, voy". Llegan las 5: 00 a.m. y los tongos nunca llegaron. Usted deberá levantarse mal humorado. Ya es hora de prepararse para irse hacia el trabajo. Cuando usted regresa a casa, los bulleros duermen placidamente en sus residencias. A usted se le viene a la mente una idea: "ojalá pudiera contratar a un trompetista para que le sonara en el oído la peor melodía a esos desgraciados".