Aquel martes 11 de septiembre de 2001 parecía ser otro día del calendario. De repente, a eso de las 7:45 de la mañana, un avión de pasajeros se estrelló en una de las Torres Gemelas, dando comienzo a la tragedia.
Jamás se podrá olvidar el momento en que otro jet comercial aparecía en el horizonte, para luego colisionar en la Torre Sur del World Trade Center, delante de las cámaras de televisión y con todo el mundo pendiente del desastre. Sólo bastó una hora para humillar a Estados Unidos, destruir el Bajo Manhattan y el Fortín del Potomac, el Pentágono.
Desde hace tres años, el planeta prácticamente se sumió en una confrontación global que ya algunos se atreven a denominar como la "Tercera Guerra Mundial". Las secuelas en Afganistán e Irak así lo demuestran. Pero, a diferencia de otros conflictos de antaño, la humanidad enfrenta a un enemigo invisible, elusivo y sumamente peligroso.
Con la propaganda del miedo, el extremismo islámico busca atemorizar a sus adversarios, para conseguir sus propósitos.
Venga de donde venga, el terrorismo siempre ha buscado los puntos vulnerables de las naciones para demostrar su fuerza, sin sopesar cuántas personas deban matar o cuánto se perderá en la acometida..
Ojalá que la guerra al terrorismo termine pronto; pero por supuesto, para que llegue a su final, tendrán que pasar muchas cosas. Por ejemplo, que la humanidad comprenda el valor de la tolerancia religiosa, el respeto al derecho ajeno, el amor al prójimo y admitir que no todos pensamos igual.
Mientras exista el odio y no se respeten las diferencias ideológicas, jamás lograremos vivir en un mundo libre del terror.