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Sólo los flojos no consiguen trabajo
No hay excusas para estar sin trabajar, según un coclesano que vive en el corregimiento 24 de Diciembre, quien lleva el sustento a su hogar a punta de fritangas que son saboreadas por pobres y otros no tan pobres.

Miriam Vicenta Almanza | Crítica en Línea

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El secreto de Gumercindo Arrocha es ponerle amor a lo que hace. (Foto: Evergeton Lemon / EPASA )

¡Un hombre sin flojeras! Ese es Gumercindo Arrocha, un coclesano de 50 años que vive en el Sector 2 del corregimiento 24 de Diciembre, en el este de la ciudad capital.

Cada día, Gumercindo se levanta a las 4: 00 de la madrugada para empezar la venta de hojaldres, empanadas, salchichas y café calientito en un puesto rudimentario.

C: ¿Hace cuánto vende frituras?

G: Desde el 2005.

Han pasado cuatro años desde la primera puesta de la masa pegajosa en el fogón ambulante y desde entonces no ha parado, a menos que tenga algún compromiso muy importante con su congregación religiosa.

El hombre, de contextura gruesa, cabellos negros, cuyo rostro parece que ahuyenta a las arrugas, es de expresión alegre. Mientras comparte sus experiencias con la interlocutora, sonríe al tiempo que tiende la masa en un viejo sartén donde casi hierve el aceite.

C: ¿Qué le pone a la masa para dar ese sabor peculiar?

G: ¡Puro amor!

La respuesta salió con ganas seguida de una amplia sonrisa. Explicó que no usa muchos ingredientes para preparar la masa de las hojaldres, pero que lo que sí hace es extenderlas con ganas sobre la paila para ofrecerlas a sus clientes que empiezan a circular desde las 5: 00 de la madrugada.

El puesto de venta de Gumercindo es rústico. Varios pedazos de maderos 2x4 clavados para completar la "viga" están cubiertos por un pedazo de tolda negra, emparchada, que le sirve de techo. Sobre varios tablones, también empatados, reposa una estufita color carbón, herramienta que le permite a Gumercindo llevar el sustento diario a su hogar. No tiene un sitio fijo donde clavar las estacas de su mini-fonda. Se mueve dependiendo de la afluencia de clientes.

C: ¿Cuánto invierte cada día?

G: Veinte dólares

C: ¿Y recoge...?

G: Recupero lo invertido y gano el 100%.

El hombre, padre de 3 hijos y abuelo de 3 nietos, compartió que durante sus años mozos trabajó como almacenista, pero que por algunas irregularidades que no compartió, renunció. Su último empleo como asalariado fue en 1999 en el almacén El Triángulo, el cual dejó para dedicarse a trabajos independientes como albañil y otros.

C: ¿Cree usted que "está duro" eso de conseguir trabajo?

G: ¡Qué va! Trabajo hay para el que quiere, sólo hay que dejar la flojera. Trabajo no es sólo estar en una oficina con aire acondicionado. "¡Esto también es trabajo!", dijo con orgullo el vendedor de frituras.

Gumercindo, mostrando su dentadura completa mientras sacaba las hojaldres calientes para sus clientes, confesó su secreto: ¡La magia está en levantarse temprano, pero para trabajar!



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