Cuando se inició el recorrido, las manecillas del reloj marcaban los primeros 30 minutos de la madrugada de un día cualquiera. Las calles estaban despejadas del cotidiano tráfico vehicular que se da en horas del día y sólo se veía una que otra vez algunas personas caminando las cuales por su apariencia a simple vista se notaba que venían de terminar las faenas laborales para dirigirse a sus hogares a dormir plácidamente.
Al llegar a las inmediaciones del Parque Feuillet se pudo divisar un bulto en el pavimento de los estacionamientos del Centro de Salud Magaly Ruíz. Inmediatamente el lente de "Crítica" se acercó y se pudo constatar que se trataba de un indigente.
Los cartones de una cajeta le servían de cama y almohada a aquel hombre, quien por su apariencia se podría decir que su edad oscila entre los 55 y 60 años; su vestimenta era lo único que lo cubría del fuerte frío que hacía aquella madrugada.
Media hora más tarde, el lente de "Crítica" captó a otro indigente que a diferencia del primero, no tenía ni siquiera cartones donde recostarse y lo único que le servía de cama era el frío pavimento de la parte lateral de la sucursal del Banco Nacional de Panamá. Un cartucho que le cubría el rostro era su compañía. Su vestimenta era su frazada y sus manos las tenía metidas entre las piernas como evidencia del frío que sentía en ese momento.
Minutos después se pudo divisar otro indigente, pero esta vez del sexo femenino y a diferencia de los dos primeros, la misma se encontraba despierta, sentada en la acera de la discoteca "Seven". Se rascaba fuertemente la cabeza y hablaba con ella misma.
Una persona que labora en una panadería cercana a la discoteca, manifestó que por lo general la indigente duerme todas las noches en ese lugar y los días en que la discoteca está abierta, aunque no le permiten entrar, ella baila en las afueras al son que le pongan.
El último indigente que el lente de "Crítica" pudo captar estaba durmiendo en la acera de la sucursal de "Mi Banco". Su cama eran unos cartones, su manta era su vestimenta y una cajeta era su única compañía.
En el recorrido se pudo ver también a varios indigentes deambulando por las calles de La Chorrera, como almas sin rumbo.
De seguro la indigencia seguirá creciendo en las calles de La Chorrera mientras las autoridades locales duermen plácidamente cubiertos por frazadas y seguros de que al despertar tendrán qué desayunar.