La noche se hizo intima en medio de aquellos 12 pasos, con esos 5 versos al aire, 5 goles de ensueño, 5 sonrisas doradas y 5 veces llanto, para todo un país, para el corazón de cada panameño, que palpitó como un suspiro sin aliento.
La ilusión fue roja, como la sangre escarlata que corre en las venas del hincha, ese que gritó con el alma cada gol, fue para nunca olvidar aquella tapada de ensueño, que cubrió el cielo de Houston e hizo brillar más la luna, esa que fue muda testigo de la hazaña de una patria, que se abrazó en una bandera tricolor, la más hermosa del mundo.
La noche fue grata, como la sonrisa de una dama, en medio de la mar amarga. Todoinició con ese gol a los 2 minutos de la segunda parte. Allí apareció el espigado moreno de Colón, con un toque divino para incrustar el balón en las redes y abrir paso al deleite histórico del 17 de julio, la noche en que el fútbol vivió para siempre.
Jorge Luis Dely Valdés, en señal de victoria marcó hacia el cielo, en su celebración del telefonito, tal vez para llamar a Dios, para decirle "gracias por ese gol, por esta alegría, por esta historia que hoy sabe a miel, sabe a gloria y sabe a patria".
Y de verdad gracias Dios por ese gol, por ese Panamá 1, Sudáfrica 0, para que un país necesitado de ilusiones, gritara mil veces gracias, mil veces gol y mil veces Patria.
Así nos fuimos minuto a minuto batallando, hasta que el destino agridulce les dio a los africanos el empate, que bajaría la ilusión, pero no la mataría, porque aquí el juego no terminaba, con el 1-1 luchamos hasta más allá de la conciencia, para creer, para sentir y para ver 120 minutos de gloria.
El empate valió la pena, para no ganar en 90 minutos, para sentir los dos tiempos extras y esa gallardía inolvidable de los penales, donde fuimos grandes, tan grandes como el universo infinito, bañado por estrellas, nosotros por corajudos, guerreros incansables.
La selección fue la "Selección", no la de otras veces, hoy si somos equipo, comandados por un cuerpo técnico que manejó la mejor colocación en la historia que he visto de mi país. El fútbol quita, pero también da, y el domingo nos dio una de las alegrías más grandes que se recuerde.
Se que lloré, como lloraron muchos, pero llorar es bueno, cuando se solloza por la vida, pues como dice García Márquez: hay que vivir para contar. Y hoy confieso que he vivido una alegría de las que se siente en el pecho y se goza en lo más profundo del alma.
Un penal fue mejor que el otro y al final Gabriel Gómez dio esa patada de Patria, que hizo estallar a la afición, a la historia y a un conjunto que llegó tal como le gusta a Cheché Hernández, que lo miren con menosprecio. Hoy son guerreros de la vida, mañana podremos saber que luchamos y dimos todo.
Esta es la historia de un equipo que fue tan alto, que fue tras un sueño dorado y conquistó alegrías para un país, al que hoy todavía le retumba en sus oídos, como el eco al viento, el grito ahogado, histórico e inolvidable de cada gol, de cada penalti, de esos que nunca se olvidan, que uno tiene en la memoria para nunca olvidar.