La delincuencia domina los espacios de la sociedad panameña, convirtiéndose la ciudadanía en los verdaderos reos detrás de las verjas que adornan las casas en la ciudad y en el interior, como consecuencia del temor a la muerte y al robo de sus bienes a manos de elementos peligrosos que han perdido el más elemental concepto del derecho a la vida.
La ciudadanía clama por medidas, tal vez un poco draconianas y al llegar el próximo 1 de septiembre debe tenerse claro que no desaparece la presencia de la gobernabilidad, tal sólo del gobierno. Igual tendrá que gobernar el próximo Ejecutivo y aplicar los correctivos que permite la democracia y su continuidad institucional que por razones se ha convertido en un pacto entre gobernantes.
El tema de la cadena perpetua es una forma de responder a un clamor popular, pero también de concentrar entorno al crimen profundas reflexiones que tiene que llevar a conclusiones, en donde la desesperación de los panameños (as) se haga sentir y se puede frenar tanto abuso y violencia.
Es necesario argumentar sobre este tema, porque no hay forma de que disminuyan los niveles de violencia. Los crímenes horrendos por descuartizamientos, incineración de los cadáveres, torturas, en un país, donde por robar una vaca se puede condenar hasta por 14 años de cárcel, mientras que quitar la vida al prójimo conlleva a lo mejor hasta tres años.
Qué hablar de los asesinos del volante, cuyas penas hasta seis meses, la verdad es que los fallos y las penas son una invitación a despreciar la vida humana, porque no hay castigo fuerte ni ejemplar.
La verdad es que los que delinquen a lo grande tampoco son culpados y castigados, como lo son en los Estados Unidos, donde las celdas se están llenando de los llamados "monogordos" de las grandes corporaciones, que han traicionado la confianza de los accionistas y de los trabajadores,