El gobierno es una maquinaria compleja que en su estructura y funcionamiento requiere de la armónica correspondencia de sus diversos componentes que interactúan de forma complementaria, resolviendo el difícil trabajo, donde estamos comprometidos todos, directa e indirectamente. A primera vista, creemos estar frente a la integración de conjuntos disjuntos divorciados entre sí, pero vana equivocación es, son en esencia grandes corporaciones que en homogeneidad fraterna se entrelazan llevando la barca del Estado hacia el destino seguro.
Pero el gobierno en su desempeño, necesita de los nexos íntimos de las diversas unidades que a nivel primario, deben hacer su aporte benéfico y sustantivo, para que este engranaje colabore haciendo mover la estructura positivamente. Y a ellos que son los empleados públicos he de referirme. Son el combustible que pone en marcha la complicada organización estatal, si ella está adulterada con el aditivo que se llama pereza, avanzará a duras penas, entre tiempos atrasados y bujías debilitadas.
Muchos aún no han llegado a comprender que el salario que devengan provienen de los impuestos que saldamos todos. Si el dinero empleado para pagarles una parte es mío, me asiste todo el derecho de exigirles productividad y esmerada atención desde el ministro, hasta el barredor de la oficina. Ese debe ser el estricto compromiso, nada de republiquitas en las entidades públicas, los castillos de arenas tenemos que destruirlos brevemente. Me ha tocado ver cómo un barredor insulta por cualquier nimiedad a un contribuyente, porque él no logra comprender de dónde proceden sus emolumentos.
El país clama por una mayor supervisión en las obras ejecutadas por el Estado, aquí cualquier hijo de vecino cree que puede hacer lo que le da la gana en el puesto que ocupa. Hay fulanos que trabajan malhumorados, desganados y hasta desafiantes, incidiendo este factor en el grado de productividad laboral. Los problemas caseros no tenemos que trasladarlos al trabajo. Esta no es cuestión de formación.
