Sólo tenemos que levantarnos en la mañana y encender la radio o la televisión o simplemente comprar un diario de la localidad para darnos cuenta de la profundidad en que se encuentran los problemas sociales y económicos que embargan nuestro país.
A pesar de que vivimos en un mundo convulsionado con guerras y frecuentes atentados terroristas fuera de nuestras fronteras nuestra población no escapa a los problemas sociales de gran profundidad que al igual que en otros países del área afectan nuestra población, caracterizada por altos niveles de pobreza, desempleo, violencia y división familiar, sin embargo, existe una minoría que por sus niveles cómodos de vida sólo piensan en seguir enriqueciéndose en detrimentos de las mayorías.
Este año como jamás se ha visto los partidos políticos se adentraron en una vorágine electoral sin precedentes, con elecciones primarias aquí y allá, peleas internas dentro de los propios partidos, dejando entrever que lo único que importa para ellos es el ansia de poder, para seguir manteniendo su situación privilegiada.
La desesperanza, la tristeza de un futuro poco prometedor, es la atmósfera que invade a la mayoría del pueblo panameño, que pertenece a las clases más desposeídas, que como espectadores en una lucha de intereses, sólo miran desde la barrera a los arquitectos de su destino incierto.
Hombres y mujeres que todos los días salen a la calle a realizar su arduo trabajo o realizar sus labores informales, ganando un salario tan mínimo que ni siquiera suple lo elemental de la canasta básica familiar, pensando en los alimentos del mañana y enterándose por las noticias que pronto subirán el costo de la canasta básica, el recibo de la luz, el teléfono, la gasolina y hasta la basura a un costo de lujo, para sus endémicos bolsillos.