Para la población que tenemos en Panamá, la tasa de incidencias de homicidios es demasiado alta. Lo que significa que, con el abultado número de pandillas organizadas (90), el promedio de 350 asesinatos por año seguirá en aumento. Con una justicia ciega, sorda, renca, lenta y que a veces se hace la pendeja, lo más natural es que los ciudadanos comencemos a sentirnos cómodos con los tenebrosos homicidios diarios que ocurren en este paraíso del poco importa. Algunos sociólogos continúan definiendo a los delincuentes como niños incomprendidos por la sociedad. Otras organizaciones públicas y ONG, S también despistadas, se hacen de la vista gorda a sabiendas que estos son bandidos desde que soltaron la teta, que aprendieron desde muy temprano que la ambición y el temor, son dos características humanas de las que vienen sacando provecho cada vez que pueden.
La mayoría de los homicidios los provocan personas de poca escolástica que se criaron en mundos de deslealtades, quemaderas, robos, peleas, hipocresías y engaños. Lo grave de esta situación en un paisito como el nuestro, es que luego cuando medianos o grandes estos pela'os graduados en el mal. se encuentran en la atmósfera de la política y de la justicia con un universo enorme de corrupción, que les permite sobrevivir delinquiendo con la felicidad de los gusarapos de aguas negras, no como incultos ni mal hablados- sino como verdaderos profesionales del delito, valiéndose de sus normas aprendidas cuyas leyes principales son: La violencia y la amenaza. La vida humana para ellos vale sebo, son crueles y están dispuestos a matar a cualquier competencia que se les atraviese.
Mientras los asesinatos aumentan, los gobiernos no se atreven a realizar ningún movimiento "políticamente incorrecto". Mandatos, tras mandatos, se dan deserciones escolares que mantienen una población flotante arriba de 200 mil menores de balde.