Llego tarde, no cumplo con las asignaciones, me da igual cumplir o no, escucho por un oído y dejo que lo que me digan salga por el otro, en fin. Así es la vida de las personas que sufre de desgano o apatía.
La apatía o la falta de impulso a la actividad es un claro síntoma depresivo. El deprimido no tiene ganas de hacer nada, nada lo entretiene ni lo divierte, le falta el impulso y, en consecuencia, no hace prácticamente nada. Hay además un embotamiento afectivo, la tristeza es tan grande que las alegrías o las desdichas del entorno no llegan a afectarlo.
Este mal puede afectar a cualquier persona en un momento dado y por muy diversas motivaciones:
Una vida rutinaria y monótona, sin novedades ni incentivos, puede generar la pérdida de toda atracción e interés. Esto ocurre en cualquier ámbito: en el trabajo, la vida en pareja, la amistad, la familia, etc.
La muerte de un ser querido, la pérdida del puesto de trabajo, el abandono de la pareja, o cualquier otro contratiempo serio, pueden acarrear un bloqueo afectivo dentro de una reacción de tristeza que no llega a ser una depresión.
El exceso de trabajo y actividad: un período de estrés, un esfuerzo excesivo puede generar un agotamiento físico y psicológico que impide responder a las exigencias habituales. La apatía deriva de una falta real de fuerzas para actuar.
El polo opuesto a la situación anterior es la vuelta de un período de reposo y vacaciones. Algunos vuelven cargados de fuerza y energía, pero para otros la vuelta a la vida cotidiana supone una pesada carga que el sujeto se siente incapaz de afrontar.
La apatía en sí y por sus consecuencias es una situación negativa que hay que evitar y combatir. Es improductiva y frustrante.
Una manera de salir adelante de este crisis es involucrarse con sus compañeros en actividades extralaborales.