Cuando una nación se hunde en el lodo, en lo más bajo de la inmundicia y se registran situaciones preocupantes que trastocan la vida de la familia, hay que activar las alarmas para que suenen por toda la ciudad. Hay que advertir que estamos frente a un grave problema llamado pecado.
La humanidad entera anda siempre en la búsqueda de la perfección. Está día tras día buscando la armonía entre los hombres, pero, en vez de conseguirla, destapa otros problemas que traen luto y dolor en seno de un hogar, como de seguro ha ocurrido con el hallazgo de los cuerpos, todos del sexo femenino en las últimas dos semanas. Ante la ola de crímenes violentos que sin duda provoca temor en la sociedad, sobre todo en nuestras mujeres, la pregunta del millón es ¿quién es el culpable? Aunque las autoridades de investigación policial no tienen a nadie detrás de la celda, deseamos informarles que ya nosotros tenemos al culpable: el corazón de todos los hombres, un lugar habitado por toda clase de alimañas donde se concentra la maldad de la humanidad.
Matar es un verbo, pero también es uno de los pecados que aborrece Dios. Ninguna persona que haya puesto en práctica este verbo conocerá el reino de los cielos, si no se arrepiente antes.
La justicia divina siempre estará presente. Dios es quien juzga y castiga a los malhechores, pero Él también instituyó como bien que exista una justicia terrenal, de ella se deben encargar nuestras autoridades que hasta ahora no han demostrado capacidad científica para comunicar a la sociedad qué es lo que está ocurriendo o por qué encontramos los cuerpos de mujeres abandonadas en parajes solitarios.
Informar, aclarar, decir aunque sea algo, es profesional. Callar o guardase parte de las investigaciones sin alertar del peligro es formar parte del crimen.