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Una sola ovejita (1a. Parte)

Hermano Pablo | Reverendo

"¿Quién pudiera imaginar que don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese donde quiera que le ocupase, se había de enconar, como suele decirse, "en tomarme a mí una sola oveja que aún no poseía"?" Esta interrogación retórica aparece en el capítulo 27 de la primera parte del Quijote. Con ella Miguel de Cervantes alude a la parábola del profeta Natán, situada en el epicentro de una novela trágica del Antiguo Testamento.

El relato novelesco que da pie a esa parábola se encuentra en los capítulos 11 y 12 del segundo libro de Samuel. Es una historia de lujuria, engaño y homicidio, de rico contra pobre, de poderoso contra impotente, de rey maquinador contra súbdito fiel. Resulta que el rey David desde la azotea del palacio ve desnuda a su hermosa vecina Betsabé mientras ella se está bañando. A esta mujer casada el rey la desea con tanta pasión y lujuria que se acuesta con ella mientras su esposo, el soldado Urías, se encuentra defendiendo su país en el frente de batalla. Pero ella queda embarazada. Cuando nace la criatura, fruto del adulterio, Dios el Señor hace que el niño se enferme gravemente y muera a los siete días, no obstante los ruegos y el ayuno de su arrepentido padre David.

A continuación David consuela a Betsabé, vuelve a acostarse con ella y la deja embarazada una vez más. Esta vez da a luz un hijo que vive y prospera muchos años. Para completar, la Biblia dice que el Señor ama a este niño, y así se lo hace saber a David por medio del profeta Natán. Por eso David, además del nombre que ya le ha puesto, llama al niño: "Amado del Señor".

Por algo será que en el Salmo 51, que lleva por título: "Salmo de David, cuando el profeta Natán fue a verlo por haber cometido David adulterio con Betsabé", David comienza su conmovedora confesión haciendo hincapié en lo grande que es el amor y lo inmensa que es la bondad de Dios. Bajo semejantes circunstancias, Dios perdona a David y permite que ese hijo, el fruto de su unión posterior con Betsabé, sea el futuro rey de Israel. ¡Es que ese hijo es nada menos que el sabio Salomón! Y sabemos que a Salomón Dios no lo hace pagar directamente las consecuencias del pecado de su padre. Por eso hoy podemos orar como el rey David: "Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones."



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