"Lo quiero rubio, que llegue a tener un metro ochenta de altura, con ojos azules, carácter jovial, sano, inteligente y con inclinación a la música. Estoy dispuesta a pagar lo que pidan por él. Una cosa más. Tiene, por supuesto, que ser varón."
Fue con esa declaración de condiciones que Judy Krame, psicóloga de treinta y seis años de edad, formalizó su pedido en una Clínica de Fertilidad en la Universidad de California donde trabajaba. Y tal como el contrato exigía, así se lo hicieron.
Judy fue inseminada artificialmente con genes selectos, y a los nueve meses dio a luz el hijo que ella quería.
Ese es un caso típico de la asombrosa ingeniería genética. Esa mujer quería tener un hijo, pero no estaba interesada en casarse. Además, no quería un hijo de cualquier hombre. Lo quería perfecto, hecho por la ciencia, con genes anónimos que reunieran las condiciones que ella exigía.
Y, en efecto, tal como lo pidió, lo tuvo: rubio, ojos azules, jovial y con increíble talento musical y estatura alta en potencia.
Sólo que a los nueve meses de nacido el bebé presentó una atrofia muscular progresiva de la espina dorsal, fruto de algún gene que se le escapó a los científicos.
No puede uno menos que preguntarse: ¿Hasta dónde llegará la mano del hombre? ¿Hasta dónde intervendrá en asuntos de la naturaleza que Dios creó? Poco a poco la ciencia va haciéndose cargo del control y del desarrollo del género humano; pero ¿habrá solución científica para los males que el pecado ha traído sobre el género humano? ¿Puede el hombre, con toda su ciencia, componer los resultados negativos de sus propias malas acciones con sólo manipular genes?
La respuesta es evidente. La ciencia aumenta sólo en la esfera de lo físico, y hay que reconocer que ha hecho milagros. Pero a medida que la ciencia aumenta, el alma del hombre se degenera.
La esfera humana en la que más hace falta progreso es en la erradicación del carácter malsano del hombre. Estaremos convencidos del "progreso" (valga que es entre comillas) de la ciencia en el género humano cuando pueda erradicar del corazón del hombre el odio, la hipocresía, el orgullo y la corrupción. ¿Podrá hacer eso la ciencia? Seguro que no. Pero hay quien puede. Dios, entrando en el corazón del hombre que se somete a su voluntad, lo puede hacer, y lo hace.
No tratemos de cambiar nuestra vida por nuestra cuenta. Sólo Dios puede hacer eso.