Qué triste debe ser para los gobernantes de un país, que la mayoría de las personas que los frecuentan , sea para pedirles vainas, y el 90% de las llamadas, para reclamar el pago de favores. Más doloroso aún, que al caminar por cualquier pasillo de su ámbito laboral, la sonrisa hipócrita sea lo más sincero que se encuentren en su camino. Doloroso por decir algo, que sus malos chistes formen ecos estridentes contra las paredes y que sus áulicos asesores y allegados se doblen de la risa y la felicidad, ante la jauja y el desgobierno reinante. Cuando un mandatario debe favores a benefactores Non Sanctus, la pesadilla es muchísimo peor y entonces es cuando se descarnan las verdaderas miserias del poder, sobre todo, en países y pueblos tropicales con fuertes olores a guineo patriota.
La clase de extorsionadores que aporta dinero a ciertos políticos criollos (pobretones o no), es insaciable y al final, la "Res pública" no tiene tetas con tantos pezones como para resistir las ansias de sustracción de estos que se creen inmortales. Esta "grey" insana tiene claro el tono del retruécano con que va a exigir el rédito de sus cuotas, que contabiliza mucho más que la dimensión corrupta del presupuesto asignado a cada coyote hambriento del "poder", para luego disfrutar todo el espacio de una contienda feroz y mediocre, que determinará a los vencedores que les obedecerán a su debido tiempo, sin pérdidas en pestañeos.
Esta atmósfera delincuencial, heredada por ciertos emergentes en el poder económico, creo proviene de bandoleros que colonizaron estas playas. Esta enfermedad endémica, es la que nos diferencia de los Sajones y Normandos, es como una música de genes endemoniados, así como el reggae, más eruptado que cantado, que a la postre ensordece a los mandatarios y los conduce a exultar con una soledad terrible, dentro de una habitación imaginaria sin ventanas, añorando cuándo el sol pegará en las espaldas de sus mandatos, para librarse de esa cruel tormenta de alucinaciones y desesperanzas que a veces emanan del poder.